lunes, 18 de octubre de 2010

lafortaleza


Un hombre de unos 80 años carga con el bolso de su mujer que a su vez carga con la pena de que ella se irá primero. No sabe cocinar, piensa, no sabrá donde tiene nada, no encontrará ni su pijama. Y se retuerce en la silla de ruedas y se traga las lágrimas y el dolor.
Paseantes con pantalón y camisa rosa, con bata azul, alejados de toda dignidad, despojados de libertad. Abrazados a barras de hierro de las que cuelga sustento, vida.

A Dolores y a su marido les han cambiado de habitación y ella llama a todos sus contactos de la agenda para que no vivan sin esa información. Alguien se ha cansado de escucharla y la mira fijamente, le reprocha sin decir nada, pero esta mujer de ojos apagados y sonrisa dibujada perdió el sentido común cuando un lugar de habitaciones blancas se convirtió en su segunda casa y ahora no lo encuentra por ningún sitio, no sabe donde lo ha dejado.
En la salita azul están todas las sillas ocupadas y en las caras de los demás se dibujan historias de cansancio y resignación. No hay un lugar mejor para olvidarte de ti mismo y de las cosas que ayer te parecían luchas imposibles y hoy inútiles, absurdas.
Pasan horas y días. El tiempo ya no está a favor y el viento viene de cara. Se pasa del calor al frío bajo un clima artificial y todo es frágil en ese lugar de paredes silenciosas.
Buscan las sonrisas de quienes les rodean, buscan esos resquicios de vida normal en los ojos de los demás y se refugian los unos en los otros adivinando la certeza de que en ellos siempre encontrarán cobijo.

Son un abrazo permanente, una fortaleza inquebrantable.

2 comentarios:

Fernando dijo...

Precioso mail, Vanesa. No puedo añadir nada más.

Un abrazo y um beso muy grande.

Vero dijo...

No se ni que decir. Me dejas sin palabras.
Se fuerte. Un abrazo.