Érase una vez un príncipe que
saltaba de punta a punta de un castillo de paredes rosas, era un príncipe
especial, poseía el don de la inquietud.
Rezagada y escondida le seguía
con la mirada una jovencita a la que le fascinaba su virtud, no podía parar de
mirarlo y ya lo veía en todas partes, ya lo veía en los demás.
La primera vez que se cruzaron sonaban unospequeñosincendios
y algo sobre el color de unos ojos bonitos. La primera vez, ya lo supo.
El tiempo no cura, solo
engrandece.
Una noche se sentaron al borde de
un precipicio y hablaron entre silencios, gestos atropellados y sonidos que
solo algunos podían escuchar. Hablaron de otras vidas, de otros besos en otras
vidas, de la posibilidad de un abrazo sin tener que nacer otra vez. Un abrazo
inquieto, inolvidable seguro. A esta joven impresionable le dio miedo sentir y
llegó tarde a la huida. Cuando se quiso dar cuenta, su príncipe asomaba entra
las contradicciones que crecían y crecían en un jardín muy cercano a ella lleno
de margaritas blancas y enormes y pinchosos cactus que al final, dolían.
Pronto comprendió que no había
nada que hacer, había perdido la batalla y solo cerró los ojos y esperó. Cuando los
abrió todo había cambiado y se supo en un lugar en el que casi seguro podía
vivir, un lugar donde quería quedarse, donde no estaría quieta nunca más.
El destino era amable con esta
jovencita y le regalaba encuentros casuales con su príncipe incoloro. Él siempre
saltaba, a veces se alejaba y a veces, solo algunas veces, se acercaba. Y
cuando estaba cerca había viajes nocturnos con el fresquito que daba vida,
risas que se oían muy bajitas y conversaciones de horas en la oscuridad.
Ahora sabe que no quiere estar quieta
Ahora sabe que lo que más le
gusta, es ver saltar a los demás.
1 comentario:
Me gustan mucho este príncipe y su/la jovencita que no quiere estar quieta...!
Cada vez me gusta más lo que escribes...tal vez, algún día, me decida a retomarlo yo también y podamos contar historias paralelas...! ;)
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