lunes, 13 de septiembre de 2010

silencios


Podría haber sido un silencio en un parque una tarde de domingo, en otoño. Un silencio en un rinconcito de una terraza a los pies de una playa perdida. El silencio que identificamos con un momento de complicidad, de proximidad. Pero no era eso, no era más que silencio, ni cómodo ni incomodo, sólo rutinario, paliativo, no buscado.

Una mesa en un bar y un par copas vacías. Cada uno mira hacia un lado, ella hacia la puerta a los que entran y salen, escucha sus risas, los ecos. Él hacia la pared y de vez en cuando lanza miradas furtivas e invisibles a la rubia que besa de manera desaforada a su acompañante en la otra punta de la barra. Pasan los minutos y no cambian las posiciones, siguen sin escucharse, aún así piden algo más, alargan la agonía recreándose en esa sensación de estar acompañados, piensan que al menos no están solos ignorando que esa es otra forma de soledad, mucho peor que la primera.

Observarlos desde fuera desalienta, desvanece. Es inevitable preguntarse en que momento se pierden las formas y los fondos. En cada bostezo disimulado se les va un poco de vida en común, en cada no mirada, alguna ilusión resignada, vencida.

Mientras me fijo en ellos no veo nada más, cuando me giro, otra historia en la mesa de al lado.



1 comentario:

LidonB dijo...

Si miras a tu alrededor, siempre ves gentecilla de esa. Da igual en el Raspa que en la cola de Zara o esperando para sacar pasta en el cajero.
Alimentando la indiferencia...

El costumbrismo nocturno mola!
;-)