Han
pasado los años, han volado. Hemos crecido, madurado y vuelto a desmadurar. Han
cambiado escenarios, ahora todo cuesta más, pero no nos hemos rendido, no han
podido con nosotros.
La
guerra es constante y eso nos hace fuertes, las sonrisas se difuminan algunos
días en los que no sabemos hacia donde dirigirnos.
Volver a empezar, cargarnos de ganas. Salir a sumar y darte cuenta de que
restar cuesta menos, de que no supone esfuerzo aunque tampoco reconforta. Y seguir
siendo tú cuando nadie te ve o cuando te mira todo el mundo, reírte de lo que
te hace llorar y caminar con los ojos cerrados para no ver lo que después de
muchos años sigue ahí. La formula de mentira para ser feliz en un papel arrugado en el bolsillo, leerlo de vez en
cuando y volverlo a guardar. Contagiar sonrisas como un nuevo superpoder y el verano que empieza en unos días, los
suficientes para que no nos de tiempo a
olvidarnos de que existe.
Todo ha
merecido la pena, ahora lo sé. A cuatro días de acabar los exámenes y jugando
al escondite con las ganas de estudiar me pregunto porque no me di cuenta antes
de que todo iría a mejor cuando dejara de empeñarme en amargarme la vida,
cuando colgara el látigo detrás de la puerta y dejara de jurarme a mi misma que
no la cagaría nunca más. Meto la pata en cuatro de cada cinco pasos que doy,
pero soy así y este año he conseguido mentirme solo la mitad de las veces, que
alguien prepare el canto para que me de en los dientes.
Reflexión
tras una tarde de paz, tumbona, jardín y cerveza. No hay que buscar mucho más,
es otra de las cosas que he aprendido en los últimos meses. Empieza julio y con
él empiezo. Me encantan los principios, es el momento de imaginar como acabará
todo.
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