Concentrada
en mi paseo playero, mirándolo todo como si fuera la primera vez. Se detienen las escenas ante mis ojos y dos señoras de unos ochenta años caminan de la mano
unos pasitos por delante de mi. Les hago una foto. Sonrío.
No
pensar, solo sentir todo lo que ves. No dar nada por sentado, olvidarte de lo
que hiciste ayer, de lo que harás mañana. Remover y jugar con la arena, saltar
con cada ola sin moverte del sitio. Crecer hacia todas las direcciones, con los
niños que corren hacia el agua y con las madres que van detrás de ellos.
Señores con el periódico y mujeres con una novela rosa entre las manos y media
lagrima en la mejilla. El filtro del color de antes, de cuando el tupper de
ensaladilla y tus padres debajo de la sombrilla en el único día libre de la
semana. Que nada nos pase, que el tiempo se pare, que no me haga mayor.
Suenan
risas con el mar de fondo, suenan grandes y sentidas, casi te abrigan en medio
de tanto calor. Y eres espectadora privilegiada de unas vidas ajenas con los
que juegas a imaginar, a inventar. Y te preguntas como serán cuando sean, que
llevaran en la maleta, porque habrán venido aquí.
Dejar
de saltarte intermedios durante una temporada y solo así sentir que realmente
la arena está bajo tus pies. Es la única manera, lo apunto bien para que no se me olvide
mañana.