viernes, 5 de noviembre de 2010

ennoviembre

En noviembre ha cambiado la luz del comedor y sus muebles han girado por fin. Desde la nueva perspectiva la música suena distinta y los libros se leen al revés. Cualquier cambio es bueno y los que vienen después de un findesemana más largo de lo que nos hubiera gustado, aún son mejores.
Pintamos la semana diferente y con ella nosotros. Este es el mes de pasar a la treintena y jugar a hacer balance de estos 29 que llegarán a su fin en muy pocos días y que han pasado volando.

Cuando lo pienso no sé por donde empezar, muchas cosas buenas, muchas cosas reguleras, algunas cosas malas y algo que ha eclipsado todo lo demás y que nos ha hecho olvidarnos de esa teoría nuestra del cupo de cosas que nos podían pasar, ha quedado claro que el nuestro aún no estaba lleno. Ha sido el año de Agustín y sus domingos, el de bunkerizarnos muchas veces para no ver y no sentir. Año de comidas al sol, tardes de tascas, retomar la carrera que más que carrera ya es maratón, el año de conocer y desconocer, el de encontrarnos, reencontrarnos y perdernos otra vez. El de los besos con fondo rosa y los abrazos abrigados y esponjosos. Nos hemos atrincherado en el sofá y nos hemos hecho fuertes abrazadas a un cojín, o no hemos entrado en casa casi en tres días y hemos perdido la noción del tiempo y la cordura. Han habido conciertos, tropiezos, confesiones de las que nos hemos arrepentido nada más hacerlas, palabras  escurridizas en encuentros más escurridizos aún…Un año de incontinencia mensajistica y amigos virtuales, de esperar lo que no llega y rendirnos al fin.

El año de escuchar a un(el) malconsejero cantar Daniel.
El año de descrecer y ser más yo cuando menos tocaba y cuando menos se lo esperaban.
Ha sido un año para caja de recuerdos debajo de la cama, eso seguro.






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