Entre insomnios y duermevelas descansa en estas noches de casi dormir, casi estar bien y casi caerse por el
hueco que queda entre la sabana y el colchón.
Hace planes imaginarios de
escapadas y reencuentros, de casitas escondidas en los árboles, de fugas
inesperadas. Hace planes que empiezan en ciudades de otro color, personas con
otras caras y recovecos llenos de paz.
A la terraza le da un sol
diferente este junio menos junio mientras discute con los geranios. Les
recrimina que hayan perdido color, que quieran apagarse. Busca las razones en
ellos y los cuida como si recuperarlos significara algo más.
Se funden las bombillas, se caen
los toldos y se desgarran las cortinas. No entiende como pero todo ha ido notando
la ausencia, han dejado de ser objetos inanimados. Viven de alguna manera y a
pesar del gris que parece que lo ha envuelto todo, aparecen ante ella como si
alguien los hubiera coloreado por encima y resaltado en sus formas y matices.
Crece el jardín a marchas
forzadas recordándole cuando fue la última vez que lo cortaron, mientras llama
al jardinero llora y no entiende, ya no puede entender.
Su fuerza nos sorprende y nos
abruma, nos convierte en seres pequeñitos que se esconden. Su lucha es casi
nuestra aunque siempre en la distancia porque cuando nos acercamos, explota.
Y yo admiro a las que salen
aunque salir a veces no tiene sentido y la cojo de la mano, la llevo a pasear.